Pequeños mundos en ciernes: la historia de un grupo

  • por Barollo Winery

Sabores, azúcares, agua y mucho potencial: dentro de cada grano hay un mundo de posibilidades. La experiencia entonces, unida a estudios y controles organolépticos, garantiza el máximo desarrollo del potencial del racimo, según las necesidades de los productores. Son los ojos, las manos y el gusto de quienes trabajan cada día en los viñedos los que notan los cambios y los interpretan. Este año, sin embargo, hemos inmortalizado los momentos más destacados, las principales etapas de esta transformación para compartirlas con quienes no tienen la suerte de vivirla día a día.

Entre mayo y junio aparecen las inflorescencias entre las ramas, destinadas a florecer en junio, transformándose luego en pequeños granos.

El cuajado se produce en julio: las flores fecundadas se transforman en frutos, se forman pequeñas uvas y el racimo comienza a tomar su forma típica.

Durante los meses de verano los granos siguen creciendo y aumentando de peso, tanto es así que el tallo que los recoge comienza a curvarse hasta quedar colgando.

Hasta ahora los granos, independientemente de la variedad de uva a la que pertenezcan, eran visualmente iguales, con una piel opaca y una consistencia compacta. A mediados de agosto, sin embargo, el color de cada racimo comienza a mostrarse y definirse: es el inicio del envero.

Desde finales de agosto hasta finales de septiembre las uvas, gracias al sustento de la planta y al alimento recibido del sol, continúan madurando. Cada baya crece en volumen y el equilibrio químico en su interior cambia: la concentración de azúcares aumenta mientras que la acidez disminuye. La maduración continúa hasta que el enólogo considere oportuno cosechar.

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